domingo, 3 de octubre de 2010

Nuestro poder para la paz

Publicado en Hope in a Dark Time–Reflections on Humanity's Future (Esperanza en tiempos de oscuridad: reflexiones sobre el futuro de la humanidad), editorial Capra Press, Santa Barbara

Jamás duden de que un grupo pequeño de personas consideradas y comprometidas pueda cambiar el mundo; de hecho, es lo único que siempre lo ha logrado.

Me agradan mucho estas palabras de la gran antropóloga norteamericana Margaret Mead, ellas expresan una verdad profunda y duradera.

A los jóvenes, en particular, quisiera decirles: "El mundo es de ustedes y pueden cambiarlo. Sus sueños, sus deseos y aspiraciones son lo que creará el futuro". Los jóvenes son el futuro. El futuro ya existe en sus corazones y sus mentes.

La nueva superpotencia


Por más difícil que sea creer en ello, cada uno de nosotros tiene un poder ilimitado. Tenemos el poder, en forma individual y colectiva, de cambiar el mundo. Algunas personas como Jody Williams, Premio Nobel de la Paz, han dicho que, en conjunto, los llamados "ciudadanos comunes" del mundo somos una superpotencia. Nosotros, la gente, somos la nueva superpotencia.

¿Cuáles son las claves para hacer surgir ese poder y utilizarlo en la tarea de crear un mundo de paz? Hay cuatro aspectos que pienso son especialmente importantes: El poder de la esperanza, el poder de la imaginación, el poder de la conexión y el poder del diálogo.

El poder de la esperanza


A veces, se habla de los deseos y sueños como si fueran algo frágil y quebradizo. De hecho, son todo menos eso. El poder de la esperanza y de los sueños es el poder del cual el mundo nace cada día. Cuanto más noble, misericordiosa y humana sea la meta hacia la cual dirigimos nuestra esperanza, mayor es el poder que hacemos surgir de nuestro interior. Nada genera más poder que la decisión de trabajar por la paz, la esperanza que se ha abrigado en el corazón de incontables generaciones humanas.

Existen quienes nos dicen que la humanidad está condenada a la guerra y a la violencia, que es parte de nuestra naturaleza el que nos odiemos y nos matemos los unos a los otros. Esas personas sostienen que, simplemente, son "realistas". Sinceramente, espero que ustedes jamás sucumban ante tal "realismo" ni en cuanto a sus vidas, ni en cuanto al mundo. Si analizan con cuidado esas afirmaciones, por lo general encontrarán que quienes las dicen simplemente decidieron —de un modo arbitrario y, a menudo, movido por intereses propios— lo que es realista y lo que no lo es. Con el fin de hacerlo encajar dentro de su propio pesimismo y estrechez de mente, ellos niegan toda conexión entre la realidad y su ilimitado potencial.

El presidente Kennedy rechazó claramente el pesimismo acerca de la paz cuando dijo: "No necesitamos aceptar esa visión. Nuestros problemas fueron causados por el hombre. Por lo tanto, también pueden ser resueltos por el hombre (…) Ningún problema del destino de la humanidad está más allá de los seres humanos".

Todas las guerras han comenzado en el corazón de las personas. Y ha sido así también como han comenzado las grandes acciones que han provocado mejoras en el mundo.

El liderazgo para liberar al planeta de la amenaza de las armas nucleares, para construir un mundo sin guerras, se encuentra en las personas "comunes" como nosotros. Por eso, es fundamental que jamás nos olvidemos de que podemos construir un mundo así, que somos los protagonistas dentro del drama de la historia humana.

En japonés, la palabra "esperanza" se escribe con dos ideogramas chinos. Uno significa desear algo con profundidad e intensidad. El otro significa mirar fijamente en la distancia, hacia el futuro.

Mahatma Gandhi era, en sus propias palabras, un "optimista incontenible". Pero sus esperanzas no tenían como base los análisis objetivos de las situaciones que enfrentaba. Por el contrario, estaban fundamentadas en su fe absoluta en las "infinitas posibilidades de los individuos". De la misma manera, el gran sueño de igualdad y dignidad humana que poseía Martin Luther King hijo, era un sueño sostenido por una fe y una voluntad fuertes como un diamante.

Todos los que han logrado grandes cosas lo han hecho gracias a su capacidad de crear esperanza, de hacerla surgir desde su interior, más allá de las circunstancias o de los desafíos que enfrentan. Cuando no podemos encontrar esperanzas, debemos aprender a crearla. Donde existe la esperanza, existe la posibilidad de la paz.

El poder de la imaginación


También quiero recalcar el poder de la imaginación, pues es el "puente" a través del cual transitan nuestros ideales para convertirse en nuevas realidades.

La imaginación es la fuente de la cual fluye la esperanza. El poder de la imaginación, el que podamos vislumbrar diferentes realidades, es lo que nos libera de la equivocada noción de que lo que hoy existe es lo que existirá siempre, y que estamos atrapados en nuestros propios problemas.

Todo cambia. Nada está "escrito en piedra", nada es fijo e inmutable para siempre, ni siquiera la piedra misma. El filósofo griego Heráclito expresó esto diciendo que jamás colocamos los pies en el mismo río dos veces. El agua fluye sin cesar, y ésa que pasó por nuestros pies cuando entramos al río hace unos momentos ya no está, ha sido reemplazada por una nueva corriente.

Como todo cambia, la verdadera pregunta es si cambiará para mejor o para peor. Y eso, finalmente, depende de nosotros. Si nuestro corazón está lleno de odio y desesperación, ese es el mundo que crearemos. Si nuestro corazón está lleno de esperanza y misericordia, podemos, sin falta, crear un mundo mejor y más pacífico.

El poder de la imaginación es también el poder de la empatía. Es la capacidad de imaginar, la disposición de sentir el dolor de los demás. Es el espíritu que dice: "Siempre que sufras, quienquiera que seas y cualquiera sea tu sufrimiento, yo también sufro". La escala de nuestra empatía —que llega a personas que se encuentran en lugares distantes, a personas cuyo estilo de vida e idioma son distintos de los nuestros— es la escala de nuestra humanidad. Una vida de verdadera plenitud está marcada por el esfuerzo incesante de expandir y profundizar nuestra humanidad. Nuestra capacidad de sentir el dolor de los demás es, quizá, el más seguro indicador de dónde nos encontramos en ese esfuerzo constante.

Cuando las personas apegadas a la "realidad" nos piden que aceptemos un mundo de sufrimiento, un mundo de guerras e injusticias, lo que en realidad están haciendo es mostrando el estancamiento y el fracaso de su propia imaginación.

Creo firmemente que la educación para la paz —la educación que estimula la imaginación empática al transmitir las realidades de la guerra— es una responsabilidad que todos compartimos. Todos los sectores de la sociedad, las escuelas, los medios y las instituciones religiosas, pueden aportar algo. En particular, espero que los jóvenes aprendan a no ser jamás engañados por los retratos falsos y glorificados de la violencia y la guerra.

El poder de la conexión


El poder ilimitado de las personas se despliega cuando trabajamos en conjunto. Este es el poder de la conexión, el poder de la solidaridad humana. Nuestros sueños crecen y florecen cuando los expresamos en voz alta, cuando los compartimos con los demás. Hacerlo requiere de coraje. Debemos superar el miedo de no ser comprendidos, de ser despreciados o ridiculizados por poner en palabras el contenido de nuestro corazón.

La solidaridad de los llamados ciudadanos comunes del mundo es la clave para la paz. El movimiento popular budista de la Soka Gakkai, desde el cual surgió la SGI, fue fundado en el Japón en 1930 por un educador llamado Tsunesaburo Makiguchi. En sus escritos, Makiguchi señala que las personas malvadas, conscientes de sus deficiencias, son las que más rápidamente se agrupan. Por otra parte, las personas de buena voluntad son espiritualmente más autosuficientes y, por lo tanto, no sienten tanta necesidad de tener aliados. Como resultado, a menudo se ven abrumadas y vencidas por los hombres de malas intenciones. Sólo cuando las personas de buena voluntad se unen pueden cambiar el mundo.

Las guerras se describen casi siempre como una lucha de un país contra otro, de una persona o grupo contra otro. Sin embargo, en realidad son iniciadas por los líderes que intentan llenar el profundo vacío que sienten en su interior —su propio sentido de impotencia— controlando y dominando a otros. Ha llegado el momento de que los ciudadanos comunes del mundo se unan para resistirse a aquellos que promueven la violencia, el terrorismo y la guerra. Ha llegado el momento de que la humanidad se una para rechazar la violencia en todas sus formas. Esta es la visión que motivó a los miembros de la División de Jóvenes de la SGI de los Estados Unidos a iniciar su campaña "Victoria sobre la violencia", una iniciativa popular que tiene el fin de fortalecer a las personas para que se resistan y superen la violencia que hay en sus vidas y en el mundo.

El poder del diálogo


En última instancia, la paz no se logrará gracias a los políticos que firman tratados. La paz verdadera y duradera sólo se concretará forjando lazos de confianza y amistad de vida a vida entre los pueblos del mundo. La solidaridad humana se construye abriendo el corazón a los demás. Este es el poder del diálogo.

Sin embargo, el diálogo es más que dos personas que hablan frente a frente. El tipo de diálogo que puede contribuir verdaderamente a la paz debe comenzar con un "diálogo interior" abierto y sincero. Con esto, me refiero a la capacidad de analizar, cuidadosa y honestamente, nuestras propias actitudes.

Podemos comenzar formulándonos preguntas simples: ¿Me he esforzado por conocer los hechos? ¿He confirmado por mí mismo las cosas? ¿Me he dejado influenciar por información de segunda mano, por estereotipos o rumores maliciosos?

Para Sócrates, una clara conciencia de la propia ignorancia es el punto de partida de la sabiduría. Al formularnos preguntas a nosotros mismos y a nuestras suposiciones, podemos abrir el camino a una comunicación más significativa. Esto es algo que se aplica en todos los niveles —desde la comunicación entre la familia y los amigos, hasta el diálogo entre los países y las culturas—. Esto se debe a que las personas que son conscientes de que pueden llegar a albergar actitudes prejuiciosas pueden comunicarse mejor, más allá de las diferencias, que aquellas que están convencidas de que están libres de todo prejuicio.

En definitiva, el desafío que enfrentamos es llegar a ser la clase de persona capaz de respetar verdaderamente a los demás. En las enseñanzas del budismo, existe un fragmento que describe cómo debe ser nuestra actitud hacia las personas. Dice que debemos "levantarnos y saludarlas desde lejos" para mostrarles nuestro máximo respeto.

De hecho, afirma que debemos ofrecerles el mismo respeto que a un buda. Quisiera aclarar que "buda" no se refiere a un ser sobrehumano. En cambio, esta palabra hace referencia a una persona que es totalmente consciente de la capacidad ilimitada de la sabiduría y la misericordia que existen en todas las personas. Es otra manera de expresar la suprema dignidad que todos los hombres tienen simplemente por ser seres humanos. ¿Cómo es posible que haya guerras si consideráramos cada encuentro con las personas como un encuentro único y extraordinario con el tesoro más preciado del cosmos? No puedo pensar en un camino más directo y simple hacia la paz.

La revolución humana


El segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda, fue la persona a quien considero mi maestro de la vida. Junto al presidente fundador, Makiguchi, fue encarcelado por oponerse a las políticas del gobierno militar japonés durante la Segunda Guerra Mundial. El presidente Makiguchi falleció en la cárcel en noviembre de 1944. El señor Toda fue liberado poco más de un mes antes de la rendición del Japón, que fue en agosto de 1945. El señor Toda denominaba "revolución humana" al proceso de transformación fundamental de la vida. Con una profunda preocupación por los demás, trabajó incansablemente para fortalecer a los ciudadanos comunes, para que despertaran a los tesoros de la sabiduría y la fortaleza que llevaban dentro.

Tenía la convicción —que yo también he adoptado como lema central de mi propio trabajo en bien de la paz— de que una gran revolución en la vida de una sola persona puede generar un cambio en toda la sociedad. Incluso puede hacer posible una transformación positiva en el destino de la humanidad. Esta es la clase de poder para la paz que cada uno de nosotros posee.

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